SIC. SIC. OH SIC...


érase una vez un hombre que vivía debajo de uno de los almohadones de un viejo sillón de cuero en la sala de espera de un hospital. Acomodado en la sofacidad de un viejo sillón de cuero ocre tan gastado que dejaba asomar muelles por debajo y una segunda piel amarillenta del color del tabaco. Los pliegues que formaban la estructura del sillón y los cojines del mueble permitían un rendija, por la que, una tras otra, las monedas caían poco a poco a la habitación del hombre.

De ese modo vivía el hombre espléndidamente, estando siempre bien alimentado.

Pero, al cabo de algún tiempo, comenzó a mortificarlo la idea de que ninguno de sus amigos supiese lo bien que le iba. Entonces se puso a ampliar la rendija que formaban el almohadón y el respaldo, para agrandar el agujero de tal modo que pudiesen caer mas monedas para los ojos en su alcoba.

Hecho esto, corrió en busca de los amigos de los alrededores y los invito a una fiesta en su habitación.
-venid todos a mi casa-les decía-,que os voy a obsequiar.

Pero cuando llegaron los invitados, y quiso el hombre llevarlos hasta el agujero, este había desparecido, ya no había ningún agujero entre el respaldo y por su puesto no se veía ni una sola moneda.


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